Las ciudades de Pompeya y Herculano son dos de los mejores testimonios que perduran de la época romana. La violenta erupción del Vesubio que las sepultó en el año 79 d.C. ha permitido que su estado de conservación sea excepcional, por lo que constituyen un vivo ejemplo de cómo vivían los antiguos romanos del siglo I d.C.
En el año 79 los pequeños terremotos que de cuando en cuando sacudían la zona aumentaron considerablemente, tanto en tamaño como en intensidad. Uno de ellos llegó a bloquear el flujo de agua del acueducto que abastecía a Pompeya y las ciudades vecinas, unas 48 horas antes de que se produjese la erupción que se avecinaba. A la una de la tarde del día 24 de agosto se produjo una explosión cien veces más potente que la de la bomba atómica lanzada en 1945 sobre Hiroshima, Japón. La parte más alta del Vesubio voló por los aires, comenzando la emisión de gases, polvo y cenizas a la atmósfera, que configuraron lo que hoy se llamaría una nube piroclástica. Se calcula que la nube alcanzó entonces más de treinta kilómetros de altura.
La mejor crónica de la tragedia procede de los escritos de Plinio el Joven, que fueron relatados al también historiador Tácito en una carta. Plinio describe una enorme columna de humo gris y oscuro, «con la forma de un pino», brotando del Vesubio y perfectamente visible desde donde él se encontraba, en Miseno, a 30 kilómetros de Pompeya.
La mayoría de los habitantes de la región, se encontraban hasta cierto punto tranquilos, ya que ignoraban todo lo relativo a los volcanes. El Vesubio llevaba más de 1.500 años sin entrar en erupción, mucho antes de la propia fundación de Roma y Pompeya, por lo que sus habitantes lo tenían por una simple montaña inofensiva. El desconocimiento se agravaba si se tiene en cuenta que en la época romana ni siquiera se tenía un verdadero conocimiento de lo que era un volcán.
Así pues, no es de extrañar que en un primer momento sólo una parte de los habitantes de la ciudad recogiesen algunas pertenencias y se marchasen presas del nerviosismo o el pánico. Poco después, la ceniza comenzó a acumularse en la atmósfera, formando una nube negra que el viento empujó hacia el sureste. Así, Pompeya quedó oscurecida como si se hiciese de noche en pleno día, mientras que Herculano, situada mucho más cerca del volcán, siguió bañada por el sol. A la ceniza le siguió una lluvia de piedra pómez sobre la ciudad, un fenómeno inaudito para los romanos, que pronto comenzó a acumularse sobre las calles y tejados. Cerca de 20.000 personas vivían en Pompeya en la época en que tuvo lugar la erupción.
Gracias a esta tragedia, las dos ciudades se conservaron en condiciones excepcionales, pues no fueron redescubiertas hasta el siglo XVIII. Desde entonces las excavaciones han sacado a la luz sólo una pequeña parte, en la que encontramos casas prácticamente intactas, pinturas murales, y todo tipo de edificios tanto públicos como privados.
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